Por:FIETTA JARQUE
Hace un siglo que Hiram Bingham, un incauto explorador estadounidense, recorría las ruinas de esta fabulosa y oculta ciudad. él la dio a conocer al mundo, aunque ahora se cuestiona si fue su descubridor.
"La existencia de mapas anteriores a Bingham -de Herman Göring, 1874; Charles Wienner, 1880; Augusto Berns, 1881; Antonio Raimondi, 1890, entre otros- que mencionan explícitamente a Machu Picchu demuestra que esta fortaleza inca era conocida", afirma Mujica. "En 1912, en la Revista de la Sociedad Geográfica de Lima, José Gabriel Cosio publica los nombres de los exploradores peruanos que el 14 de julio de 1902 encontraron las ruinas de Machu Picchu solo que no llegaron movidos por intereses científicos o históricos, sino por el sueño de encontrar tesoros ocultos. Bingham, según Cosio, siguió la ruta de sus antecesores y fue quien dio a conocer Machu Picchu ante los ojos admirados del mundo". Bingham conoció algunos de estos datos dispersos, pero, después de todo, ¿qué explorador no se deja guiar por pistas, rumores, historias incompletas y hasta entonces consideradas poco fiables?
Lo que importa ahora son los avances en el campo arqueológico que permiten saber con mayor certeza a qué se destinó esta misteriosa ciudad escondida. Según el historiador Luis Guillermo Lumbreras, de la Universidad de San Marcos de Lima, Machu Picchu fue un santuario de un rango superior. Un mausoleo de la talla de las pirámides de los faraones egipcios o del emperador chino Chin Shi Huan. Todo indica que la mandó construir el inca Pachacútec a mediados del siglo XV, el gobernante guerrero que inició la gran expansión del imperio incaico. Y allí reposó su cuerpo momificado, atendido y adorado como una divinidad por una población de entre 300 y 400 personas de alto rango, principalmente mujeres. En el antiguo Perú se rendía culto a los reyes incas momificados, se les cambiaba las ricas vestiduras y asistían a las ceremonias más importantes, donde se les servía comida y bebida como si estuvieran vivos.
La suntuosa ciudadela cumplió un papel distinto a cualquier otro santuario o mausoleo. Se construyeron templos y palacios de exquisita factura. La usanza inca en edificios de semejante importancia era la de recubrir el interior con placas labradas de oro. Probablemente con jardines de fantasía del metal precioso, semejantes a los que tuvo el templo del Sol (Qoricancha) en la capital del imperio. Hay varios altares al aire libre, observatorios astronómicos y cuevas también dedicadas al culto a los muertos. La ciudad estaba atravesada por una red de fuentes de agua de manantial excavadas en la piedra.
Machu Picchu está situada sobre la cadena de montañas de Vilcabamba, a unas ocho jornadas a pie de la ciudad de Cuzco y a 2.360 metros de altura en una zona de bosques tropicales y montañas de pendientes casi verticales, flanqueada por un cañón que forma el río Urubamba. La temperatura anual oscila entre los 10 y 21 grados. Hay más de 50 variedades de orquídeas en los alrededores. Sin duda alguna, el lugar fue escogido también por sus cualidades paisajísticas, a las que los incas eran muy sensibles. Un secreto parque de ensueño, autosuficiente, apto para la meditación y el culto, aparentemente lejano de cualquier perturbación.
La amenaza vino con el estruendo de los arcabuces. Los conquistadores españoles buscaban por toda la región a los incas rebeldes refugiados en Vilcabamba. Esa capital en el exilio hasta ahora no suficientemente identificada, en la que vivieron los herederos del imperio hasta 1572, cuando se apresó y decapitó al último de ellos, Túpac Amaru. Se calcula que Machu Picchu, al igual que otros recintos de importancia en las inmediaciones, fue totalmente evacuada entre 1530 y 1570, cuando patrullaban peligrosamente cerca las tropas de Hernando Pizarro y después las de Arias Maldonado. No hay evidencias de que la encontraran, aunque ese territorio tuvo propietarios españoles y criollos.
Lo que Bingham encontró en las excavaciones de Machu Picchu entre 1912 y 1915 no tenía mucho valor monetario, pero sí arqueológico. El Gobierno autorizó a Bingham llevar 46.632 objetos excavados a la Universidad de Yale para su estudio, con derecho a reclamarlos para su devolución. Ese derecho no se ejerció en casi un siglo, hasta 2007, cuando, tras varias negativas por parte de la universidad norteamericana y un agrio proceso judicial, se firmó un acuerdo entre esta y el Gobierno peruano para la devolución de las piezas. El pasado 30 de marzo llegó la primera entrega con 350 piezas -cerámicas, utensilios, restos óseos-, que fue recibida en el palacio de Gobierno de Lima. Ahora están en Cuzco a la espera de formar parte de un museo específico.
Hiram Bingham volvió por última vez a Machu Picchu en 1948 para la inauguración de una carretera que lleva su nombre. En el largo intermedio entre su primer y último viaje a este lugar se dejó llevar por su inquietud. Se sumó a la persecución de Pancho Villa cuando el revolucionario mexicano invadió Tejas en 1916. Se enroló en la Fuerza Aérea de su país durante la Primera Guerra Mundial y llegó a dirigir una escuela aeronáutica en Francia. Después ejerció como político. Entre 1922 y 1933, Hiram Bingham fue teniente gobernador de Connecticut y senador ante el Congreso de Estados Unidos, cargo del que fue privado por un caso de corrupción. Escribió una decena de libros ligados a sus experiencias vitales, pero fue The lost city of the incas, escrito el mismo año de su última visita al santuario de Pachacútec, el que le hizo revivir su gran aventura de juventud contada como si se tratara de una película de acción y aventuras. Murió en 1956 después de haber forzado su existencia al borde de lo increíble.
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